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Grupo de intelectuales, y también comerciantes, que en Toledo hizo diversas traducciones de libros árabes al latín y viceversa. Fue promovida esta actividad comercial y cultural por los monarcas castellanos. El primero que entró en Toledo fue Alfonso VI el 25 de Mayo de 1085. Lo hizo de manera incruenta y desde ese momento la ciudad se convirtió en el ambiente ideal para la convivencia entre las tres grandes religiones: musulmana, judía y cristiana.
Ello permitió el fomentó de una actividad cultural y literaria singular, fuente del enorme patrimonio científicofilosófico que se extendió por Europa.
En tiempos del califato omeya de Damasco (661-750), el siriaco fue la lengua oficial de aquel reino. Pero el griego siguió siendo lengua de los documentos escritos. Los árabes cultos conocieron todos los libros antiguos y los difundieron por todo el Mediterráneo.
Al surgir el Califato de Córdoba por obra de un omeya exiliado por los conquistadores de Damasco, Abderramán I (+788), la actividad cultural se desplazó a Occidente y Córdoba fue arsenal de sabiduría singular y de documentación durante dos siglos. Las versiones arábigas se divulgaron por toda la península y con el tiempo llegaron a Toledo.
Al surgir los reinos de Taifas, uno de los más cultos fue el de Toledo, en donde se organizó un activo e irradiante comercio de documentos. En la ciudad se tradujo al latín multitud de libros árabes y se divulgaron obras antiguas con comentarios de singular valor, como los de AlKindi, Al Farabí, Ibn Sina o Avicena, AlGhazali o Algazel y, sobre todo, Ibn Rushd o Averroes. Pero también se tradujeron los textos originales de Aristóteles, Platón, Hipócrates, Galeno y otros.
Desde mediados del siglo XII, la llamada "Escuela de Traductores de Toledo", fue conocida en Europa. El culto arzobispo de la sede toledana, Ramón de Sauvetat (francés de origen), la fomentó al máximo, abriendo la Biblioteca de su catedral llena de documentos antiguos y códices a cuantos quisieran ponerlos en árabe si eran latinos o en latín si eran arábigos. Los nombres de los traductores fueron numerosos y famosos. Baste el recuerdo de Domingo González (Gundissalinus), que acabó dominando esta lengua lo suficiente como para traducir él solo la Metafísica de Avicena.
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